Sobre la construcción y avatares de esta casa hispano-flamenca todavía está por
decir la última palabra; no obstante, de unos años a esta parte se ha desbrozado parte del
camino y hoy contamos con datos que algo ilustran. Lampérez, Camón y Gómez
Moreno situaban su erección en los comienzos del siglo XVI, sin embargo Florencio
Marcos la considera de la última década del XV basándose en documentación de 1486,
cuando la catedral vendió cuatro pares de casas... a la puerta del Sol a don Rodrigo
Maldonado (+ 1517), casado con Marina Álvarez de Porras y conocido como Dr.
Talavera que en 1493 compró otras colindantes propiedad de la misma institución.
Sobre estos solares se edificará la Casa de las Conchas. Pero ¿quién era el Dr. Talavera?
Fue, además de regidor y catedrático de Salamanca, además de embajador de los Reyes
Católicos, lo que le permitirá colocar las armas reales en su casa. Fue asimismo el
fundador de la capilla de Talavera en la catedral vieja. A él se deberá la construcción de
esta casa magnífica, que a lo que parece fue reformada con motivo del matrimonio de su
hijo, Arias Maldonado, con Juana Pimentel, hija del Conde de Benavente. Fuera así o
no, es algo que, hoy por hoy, no podemos asegurar y no pasa, por supuesto, de la
categoría de hipótesis. De ser cierto, el palacio se modernizaría con algunos detalles
renacentistas, como la sustitución de algunos de los antepechos góticos de las ventanas
por otros que en lugar de esas tracerías lucen láureas; asimismo sería el momento en que
el exterior se decoró con veneras, símbolo de los Pimentel, mientras que la flor de lis,
emblema de los Maldonado, se reservó para la crestería del patio. Este hecho hizo que
Laínez Alcalá encontrará un simbolismo de amor en la casa.
La fachada rica da a la calle Compañía, justo enfrente de la Clerecía. En origen
existieron aquí dos torres a los extremos de las que sólo queda la oriental, y para eso
rebajada; ambas, según Gavilán Tomé, presentaban desplomes y grietas; de modo que
se desmontó la parte del torreón conservado y el otro quedó cercenado; posiblemente
entonces -hacia 1772- se hicieran las sosas ventanas superiores.
Además de las célebres conchas que han dado nombre al palacio y cuyo
tratamiento responde a gustos mudejarizantes que tanto peso tuvieron en el último
gótico, la fachada se avalora por la belleza de las ventanas, dos con mainel sencillo de
mármol y dos recrucetadas, propias del gótico francés, cerradas todas con arcos de
graciosas curvas y antepechos góticos y renacentistas. Idénticos gustos rematan la
puerta de ingreso en la que el dintel se decora con delfines, símbolo del amor propio del
renacimiento; sin embargo, en el tímpano, bajo arco mixtilíneo, campea un escudo de
Maldonado entre leones según fórmula hispano-flamenca. A destacar son las rejas de las
ventanas del entresuelo, atribuidas a fray Francisco de Salamanca que las trabajó en
gótico, haciendo buen uso de barrotes torsos, arcos mixtilíneos, follajes, torrecillas y
escudetes.
El patio queda descentrado con respecto a la puerta de ingreso, desde la que se
accede a un amplio zaguán. Tiene dos pisos; el bajo voltea arcos de cinco centros, tan
repetidos en Salamanca, que apean sobre pilares; los superiores, escarzanos, lo hacen
sobre columnas de mármol, al parecer de Carrara; las crujías altas se cierran con
antepechos similares a los panales de las colmenas unos y con varetas entrecruzadas
otros. En las enjutas del piso bajo aparecen escudos bajo prótomos de león y en las
superiores inscritos en láureas. Bajo la crestería de remate, se labraron gárgolas. Otra
vez más, igual que en la fachada, alternan soluciones góticas y renacentistas, existiendo
piezas incluso que ya vinieron labradas de Italia; en este sentido es paradigmática la
labra de las cinco flores de lis, 2,2,1, Es obvio que en conjunto representa el inicio del
renacimiento en Salamanca.
No deja de llamar la atención que este edificio, apenas finalizado, se convirtiera
en 1529 en casa de alquiler. Bastantes años después, en 1701, la construcción original,
propiedad entonces del Conde de las Amayuelas, fue ampliada por la calle de La Rua
con una amplia casa, obra de Pedro de Acosta. Hoy, ya restaurada por Víctor López
Cotelo y Carlos Puente, acoge una biblioteca pública y salas de exposiciones. Años
antes había intervenido en el edificio Fernando Pulín con la idea de dedicarlo a museo.
Autor: José Ramón Nieto González
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